martes, 21 de septiembre de 2010

FAREWELL (PABLO NERUDA)


 

Desde el fondo de ti, y arrodillado

un niño triste, como yo, nos mira.

Por esa vida que arderá en sus venas

tendrían que amarrarse nuestras vidas.

Por esas manos, hijas de sus manos

tendrían que matar, las manos mías.

Por sus ojos abiertos en la tierra

veré en los tuyos lágrimas un día.


 

Yo no lo quiero, amada.

Para que nada nos amarre

que nos un nada.

Ni la palabra que aromó tu boca

ni lo que no dijeron las palabras.

Ni la fiesta de amor que no tuvimos,

Ni tus sollozos junto a la ventana.


 

Amo el amor de los marineros

que besan y se van,

dejan una promesa,

no vuelven nunca más.

En cada puerto una mujer espera,

los marineros besan y se van,

una noche se acuestan con la muerte

en el lecho del mar.

Amo el amor que se reparte

en besos, lecho y pan,

amor que puede ser eterno

y puede ser fugaz.

Amor que quiere libertarse

para volver a amar.

Amor divinizado que se acerca.

amor divinizado que se vá.


 

Ya no se encantarán mis ojos, en tus ojos

ya no se endulzará junto a ti mi dolor

Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada

y hacia donde camines llevarás mi dolor.


 

Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame,

del que corte en tu huerto lo que e sembrado yo.

Yo me voy. Estoy triste: pero siempre estoy triste.

Vengo desde tus brazos, no sé hacia donde voy

....Desde tu corazón me dice adiós un niño.

Y yo le digo adiós.


 


 


 

POEMA DEL AMOR IMPOSIBLE (José Ángel Buesa)


 

Mirar tus ojos indiferentemente

Mirarlos y mirarlos queriéndote olvidar

Y cada vez que miro tu pupila me dice

Yo siempre te he de amar


 

En mis ojos tú lees la ansiedad de unos labios

De ésos labios que tanto te desean besar

Y en los tuyos ardiente una eterna agonía

Al querer aquel beso que no te puedo dar


 

En tus manos que tiemblan hay el amor de entonces

Ese amor que deseas y quieres olvidar

Y las mías que buscan las tuyas temblorosas

No las pueden hallar


 

Que gran dolor el nuestro de amarnos y olvidarnos

Que secreto profundo esconde nuestro amor

Un secreto tan dulce y a la vez tan amargo

El que estamos viviendo ya


 

Pero ese amor que nubla de llanto tu pupila

Que en la mía refleja ansiedad y dolor

Denota que en nosotros, a pesar de olvidarnos

Renace todavía nuestra historia de amor

LO QUE ME DIJO UN ESQUELETO (JULIO FLORES)

Sentí un estremecimiento en las sombras,

y oí una voz que me dijo levántate,

hoy tendrás muchas visitas . . .

hoy es el día de todos los santos,

¡Despiértate polvo vano!!!

hace mucho tiempo que duermes...

una luz indescriptible iluminó, de pronto

el horrible recinto en que me hallaba.

-A mi derecha, acurrucado y tiritando de frío,

reía un esqueleto húmedo y amarillo,

pero reía con una risa espantosa, fatal...

¿En donde estaba yo?... ¡En una tumba,

de pronto pensé, y a mi memoria vinieron,

los recuerdos terribles de mi última agonía!

Después de recibir una grave ofensa de la mujer

que había sido en el mundo, el sol, el bello sol

de mi alma... ¡Enloquecí!...

Y una tarde muy negra llegué a su casa,

con el pecho henchido de amargos sollozos.

Temblé al mirarla, la soledad era profunda

y le dije éstas palabras, bañado con sudor frío:

Me has herido el corazón de muerte...

Pero estás sufriendo mucho y vengo delante

de ti a acelerar tu inmensa agonía.

Agarré con mi mano temblorosa un arma fría

que llevaba en mi bolsillo...

Una nube roja empañó mis ojos...

Mi amada tambaleaba, como queriendo hablar

pero las palabras se helaron en su boca lívida

como su rostro.

¡Ah, si hubiera hablado... Tal vez!


 

¡Hubo una detonación!... Mi cuerpo cayó al suelo,

como una manzana inerte, bañado en sangre

y aquella mujer cayó sobre mi cuerpo,

como una loca empapada en lágrimas...

Convulsa me besaba en la boca y en la frente,

me pedía perdón, y apretaba con su manecita pálida,

su cabellera blonda como un río de oro,

cara sobre la herida, que en mi cabeza

manaba sangre a borbotones, queriendo

con las delgada hebras de sus cabellos,

detener esa sangre que se llevaba mi vida

su boca descansaba sobre la mía...

Cuando dejé de respirar.


 

¿Cuánto tiempo hace que estuve en la tumba?

No lo sabía!...

Pero mi carne había sido devorada por los gusanos.

Me llevé la mano sobre la cabeza, como

temiendo que eso no fuese más que un sueño;

Pero mi mano tropezó con el agujero formado

por la bala en mi cabeza... Una lluvia de oro

resbaló lentamente entre mis dedos...

Era una mata de pelo... ¡Es de ella!

Exclamé con ronca voz...

¡Tantas veces lo había acariciado!

Sí, murmuró el esqueleto que tiritaba a mi lado

Ella desesperada por tu suicidio,

cortó las trenzas y rogó que las colocaran

en tus manos, al dejarte para siempre en ésta cueva

¿Y quien eres tú, esqueleto horrible? -pregunté

al montón de huesos que me hablaba-

Soy tu retrato... -me replicó-

por que soy la muerte, la misma que te despierto

Y echó a reír!


 

Y bien, si eres la muerte, ¿Por qué devuelves la vida

a un esqueleto?

No recuerdas que la noche que te despediste

al suicidarte, dijiste éstas palabras:

Devuélvanme la vida... No, entonces

era imposible devolvértela, pero ya ves

que hoy lo hago... Hace años que moriste

y hoy es el día de todos los difuntos...

Hoy te vendrán a visitar... ¿Y ella vendrá,

no es cierto?... Ya lo créo, como que por aquí

tiene un pedazo de sus entrañas... y continuó...

¿Ves esa rendija allí, detrás de la lápida?

Por allí podemos ver a todos los visitantes...

Asómate y mira!!!

Acurrucado, como pude me asomé y reconocí

aquel sitio del cementerio. Los árboles

se cimbreaban meciendo sus copas macilentas.

Un perfume de flores recién abiertas, entraba

por aquella grietecita. El sol yá estaba un poco alto.

¡Oh que hermoso me pareció el mundo,

y eso que no miraba más que el cementerio!

Entre diferentes grupos de personas,

reconocí a muchos amigos míos que charlaban

bajo los flacos cipreses; sentí; sentí ímpetus de abrazarles,

esperé con paciencia que uno de ellos, alguno

de ellos se acercara a mi pobre tumba;

Pero ¡oh! Decepción... A poco se despidieron

sin lanzar una mirada a mi desteñida lápida.


 

De cuando en cuando llegaban hasta mis oídos

el eco triste de los responsos que cantaban

los clérigos. De repente de entre las tumbas viejas,

una mujer de ojos grandes, apareció ante mis cuencas

vacías como una visión celeste;

mis huesos tiritaron y estuve a punto de romper

la piedra lapidaria que me impedía llegar hasta ella

pero mi compañero me detuvo...


 

Traía una corona de flores blancas y azules,

y se dirigía al lado de mi tumba... ¡Era mi amada!

¡Oh dulce fruición de un esqueleto, ver a una mujer

por quien se ha dejado la vida!... ya llega...

Ya está aquí... ¡Pero Dios mío!... ¡Ni una mirada!

Ni una mirada siquiera... ¡Ni una mirada tampoco!

Pasó airosa con la linda corona... Entonces

un estremecimiento poderoso pasó por mis huesos...

y dos gotas de llanto quemante cayeron de las cuencas

de mis ojos... Sentí rabia y quise de nuevo

desprender la lápida... Correr a ella y arrojarle

a la cara aquél montón de cabellos rubios,

que en ese momento rompía entre los dedos de mis manos.

Pero tan solo pude murmurar... ¡Ingrata!

Mi compañero volvió a detenerme. Déjala -dijo-

Pobre esqueleto, ella va a visitar la tumba

de su hijo muerto hace un año, y a dejar la corona

que lleva. -Y rió como de costumbre-

¡Ah! La infame... -exclamé- ¿Con que ha tenido un hijo?.

Como que hace tres años se casó

balbuceó la muerte riendo todavía.


 

Al oír estas palabras, me desplomé

como un bólido... De repente oí la misma voz

que me decía: Levántate y mira, no te pesará,

Tú eres el ingrato. ¡No, maldita muerte, déjame

dormir en paz!... ¡Levántate que alguien solloza

al pié de tu tumba!... ¡Ay! ¡Podría ser ella!

Hice un esfuerzo sobrehumano, me enderecé y miré...

una mujer cubierta de cabellos blancos,

vestida de negro y con una corona en las manos,

de rodillas, sollozaba sobre el césped.

De repente abrió los ojos aquella mujer un caudal

de lágrimas resbaló sobre la piel de su cara arrugada

y triste... se abrieron unos labios pálidos

y con el timbre más puro que hay en la vida,

sonó ésta frase: ¡hijo mío!... ¡Ella era mi madre!

jueves, 4 de marzo de 2010

Un Excelente artículo: "La tentación de rendirse"


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La tentación de rendirse
ROSA MONTERO 14/01/2007. Diario el País
Natascha Kampusch, esa pobre muchacha austriaca secuestrada durante ocho años por un tarado, ha vuelto a dar otra entrevista a la televisión de su país. He visto fotos: Natascha está enorme. En tres meses ha engordado una barbaridad de kilos. Ahora, con la cara tan redonda, parece más joven. Es una niña, una niña obesa. Me quedé pensando que, para engordar de ese modo en tan poco tiempo, hay que echarle mucha voluntad y atiborrarse de una manera casi programada. Siempre me ha maravillado la elocuencia de nuestros cuerpos, y en este caso el sobrepeso de Natascha parece enviar un mensaje claro: se diría que la chica ha sustituido el encierro de su raptor por la jaula de su propia carne. Sepultada dentro de su obesidad, deja de ser una mujer adulta y atractiva y se convierte en una especie de niña regordeta. Es una regresión y una protección. Es la tentación de rendirse y no luchar.
El tormento que ha vivido Natascha me parece tan enorme e indecible que no soy quién para juzgar sus métodos de supervivencia. Sólo quería resaltar que ese mismo impulso lo he visto en otra gente. Por ejemplo, estoy convencida de que muchos obesos, hombres y mujeres, lo son porque, inconscientemente, han decidido poner una muralla de grasa entre ellos y el deseo sexual, tanto el propio como el de los demás. En alguna medida son como los anoréxicos: si al dejar de comer pierden la menstruación, los pechos, las curvas femeninas (ellas), los músculos y formas masculinas (ellos), convirtiéndose en esqueletos asexuados, al zampártelo todo y ponerte redondo también estás abandonando de algún modo el mercado erótico. Se acabó el riesgo de enamorarse de alguien, la amargura de no ser correspondido, el miedo a la derrota. Porque, paradójicamente, si te das por fracasado desde el principio, parece que las cosas ya no pueden herirte.
Pero no se trata sólo de comer o no comer. La tentación del fracaso abarca todas las actividades humanas y es algo verdaderamente muy común. Ni siquiera hace falta haber vivido un trauma tan descomunal como el de Natascha para percibir dentro de uno mismo el latido sordo de ese oscuro deseo. Es el miedo a la felicidad, el cansancio de la lucha constante por la vida, el vértigo ante el posible sufrimiento. En la mayoría de las personas, esa tentación del fracaso es combatida y superada cada día. Pero los psicólogos saben que muchos individuos no se permiten el éxito y se convierten en los mayores enemigos de sí mismos, en los principales saboteadores de sus propios esfuerzos.
Los humanos somos unos bichos tan malditamente complicados, tan desequilibrados y contradictorios, que podemos pasarnos toda la vida creyendo que deseamos algo con todas nuestras fuerzas, cuando en realidad estamos invirtiendo toda nuestra energía en conseguir que ese deseo no salga adelante. Y así, nos enamoramos de los hombres o las mujeres más inconvenientes, aquellos con los que justamente será imposible construir una pareja estable; o decimos que queremos ser escritores pero nos las arreglamos para no escribir jamás; o tomamos decisiones laborales que nos alejan de un ascenso y decimos que lo hacemos porque queremos vivir con tranquilidad, cuando lo cierto es que no nos atrevemos a afrontar el reto. Hay mil maneras de fastidiarse uno la vida, todas ellas enmascaradas con estupendas y convincentes explicaciones.
Es verdad que uno debe de sentirse muy libre cuando no tiene nada que perder. Pero es una libertad que cuesta demasiado, una ligereza de equipaje muy poco envidiable, semejante a la del muerto en el cementerio. Vivir conlleva siempre un riesgo, un reto y un dolor. Imposible vivir una vida digna de tal nombre sin aceptar de entrada esos ingredientes. Sí, es cierto: a menudo sientes que se agita dentro de ti el pequeño gusano de la rendición. Por qué seguir insistiendo en enamorarte. Por qué seguir peleándote para conseguir montar tu propia empresa. Por qué continuar tiñéndote el pelo, haciendo deporte, cuidando la dieta. Por qué esforzarte en ser actor, o fotógrafa, o corredor de motos, esas vocaciones tan duras y difíciles, en vez de apoltronarte en un empleo seguro dentro de un banco. Y así sucesivamente. Es tentador rendirse, fracasar de entrada y sin luchar, antes de que te fracasen los demás. Pero es una elección bastante estúpida. Porque el único fracaso irremediable y verdadero es no vivir; y porque el miedo al dolor es siempre peor que el dolor mismo.





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